jueves, 12 de septiembre de 2013

La misión de Kaiilak. Relato épico de fantasía.

Este relato lo escribí para el concurso de "Las leyendas de Lácenor. La ciudad Blanca", debía tener una relación con la historia y elegir un personaje de la misma, ya que el relato ganador formaría parte del  próximo libro de la saga. Mi personaje elegido fue Dharmia.
Es mi primer relato épico de fantasía. Espero les guste.



Orium, año 1003 de la Era de los Mortales


La reciente primavera regala un paisaje floral. Entre las laderas de las cordilleras, diferentes variedades de flores rojas, violetas, amarillas y naranjas, están a punto de abrir y pintan de multicolor el trasfondo verdoso de las mismas.
Un río, formado por los deshielos de la nieve, que el cálido clima primaveral acababa de  derretir, caía desde la cumbre de las montañas y unos árboles que lo rodeaban al costado del pie de la misma, sirven de espejo para el rostro de Kaiilak, una joven elfa, la cual había emprendido un largo viaje.
Se detuvo junto a su compañero de andanza, Dughort, un sable de fuego —precioso tigre blanco, perteneciente a  la “Luna Negra”—.


Kaiilak observó por un rato el reflejo de su mirada, la  veía perdida y desganada. Acompañada del sonido del movimiento del agua, que golpeaban al saltar las piedras y respirando el aroma del aire puro, se echó un poco de agua mojando su larga melena dejando caer sus sedosos bucles por su espalda. Juntó sus manos, cerró sus ojos  y bebió esa fresca y dulce agua de río para calmar su sed, compartiéndole un poco a su inseparable amigo.
Kaiilak, era un druida, perteneciente a la comunidad de Elfos de la Noche, llamada “Luna Negra” ubicada en Soulorth —un mundo lejano de Lácenor—. Tenía encomendada una misión, si algo haría bien esta Elfa, era proteger y cuidar a quien se le encomiende.
Los druidas controlan los enormes poderes de la naturaleza para mantener el equilibrio y proteger la vida —similares  a los de Korelda, Diosa de la naturaleza y neutralidad en Lácenor—. Con experiencia, ellos pueden desatar la energía bruta de la naturaleza contra sus enemigos, lanzando una furia celestial sobre ellos desde muy lejos, atrapándolos con vides encantadas o frenándolos con ciclones implacables.
Esta raza también puede dirigir este poder para sanar heridas y restaurar la vida de los aliados caídos. Están en profunda sintonía con los espíritus animales de Soulorth.
Como maestros en cambios de formas, los druidas pueden adoptar el aspecto de varias bestias, convirtiéndose en oso, felino, gato, cuervo  o león marino fácilmente y cada uno con talentos diferentes.

Trundill —tierras pertenecientes a Soulorth— fue la cuna druida desde hace miles de años. El Árbol de la vida, creado y bendecido por los Dragones de Fuego, era vital para estos seres mágicos. Este gigante árbol, poseía muchísimos troncos en sus costados y en cada uno de ellos  estaba construida una pequeña casita de madera donde los maestros sacerdotes, hechiceros, guerreros y magos  habitaban cada una e instruían con sus poderes a estos elfos para ser cada vez superiores y conseguir los poderes absolutos para luchar, proteger y sanar a quienes lo necesiten.

El Árbol de la vida, otorgaba inmortalidad y juventud eterna a esos pacíficos elfos.
Su manto de hojas brillaba como luciérnagas de día y de noche, decorando el  paraíso lleno de estrellas, en ellas se podía ver la magia y la belleza vistiendo su entrelazado tronco.
Kaiilak, llena de vida, de hechizos y con un alma pura, estaba preparada para cumplir su misión.  Debía encontrar a Dharmia, quien estudiaba en la Escuela de Magia del Maestro Saloor.
Sabía por la información que le habían dado que regresaría a sus tierras en estas fechas. Kaiilak se encontraba allí —en Orium— donde la paz había dejado de reinar desde hace unos meses. La elfa sabía muy bien que debía estar atenta a los grupos de caballería de la Orden Blanca, comandada por el Paladín Blanco, Lord Cirn DeNekut, —servidor de Isilwentari, Diosa luminosa —quien viajó desde Madoria— ciudad fronteriza de Orium —en auxilio de la propia gente del lugar.
Esta hermosa elfa, de piel clara y suave como porcelana; tenía el rostro ovalado,  ojos grandes, grises e intensos, mostrando su tierna y profunda mirada que en un segundo, podía transformar en odiosa y diabólica ante sus enemigos; separados por una pequeña nariz delicada y respingona.
Su boca delineada  dejaba a la tentación sus brillantes y carnosos labios. En sus mejillas un sombreado rosado dejaba la perfección en su atractivo semblante, con unas graciosas orejas oblicuas, grandes, afinándose hacia la punta.
Kaiilak, vestía de manera especial, todas sus prendas estaban encantadas y daban más poder a la hora de la batalla. Vestía unos pantalones largos beige de cuero —leotardos de energía—, marcando sus largas y musculosas piernas. Una coraza marrón —guardián de vida— que lucía en su exuberante pecho por encima de una blusa blanca. Ciñendo su cintura, usaba un cinturón negro con una hebilla hechizada con luz eterna —para alejar los malos espíritus—.

Sus brazaletes poseían poderes de la Guardiana Anatasa, eran el complemento de sus estilizados y largos brazos. Una insignia de cristal violeta con una pequeña piedra rubí, colgaba de su tentador cuello. Sus manos eran delgadas y sus dedos finos, muy largos, terminando con unas uñas  en punta, del color de sus mismos ojos. Una corona pequeña adornaba su frente junto a una piedra que aumentaba la concentración de su mente.
Por último su tabardo de fondo rojo, con el dibujo del escudo de la Hermandad “Gran Fuego” —la cual pertenecía— exponía la cara de un tigre salvaje, mostrando sus afilados colmillos y con cuernos gigantes, en color blanco.
Las elfas, si tenían algo que no se podía negar, era la sensualidad que desprendían al andar, además acompañadas por un  físico muy llamativo, por exuberantes pechos y caderas, con cintura de avispa. Bellas de naturaleza, amistosas y bien dispuestas al servicio de la humanidad.
Dughort, su sable de fuego, tenía una buena armadura mágica y fuerte, con grandes poderes. Él también poseía dones, como el quedar invisible y caminar agazapado entre el enemigo sin que lo detecten. Kaiilak podía hacerlo desaparecer con un simple hechizo mágico, usando su insignia. Su ataque era demoledor, brutal, sus enormes colmillos eran capaces de perforar los huesos con apenas morderlos. Su tamaño duplicaba a cualquier tigre normal. Despellejaba y desgarraba sin piedad en pleno estado de furia.
Su pelaje tan blanco se confundía con la nieve si no fuera por sus líneas negras que decoraban su  suave pelaje, suave como el mismo algodón. Con pasos firmes, demostraba su llegada valiente por donde camine. Movimiento calmo pero audaz en su marcha, luciendo su perfección y la de su bella guardiana. Su mirada era atrayente, verdosa con líneas negras, ofuscaba a quien lo mirara.

Kaiilak y él eran el conjunto perfecto. Él poseía la fuerza y coraje; ella, la intuición y la sabiduría.
Kaiilak decide por fin retomar su camino. Disfrutando a la vez de tan agradable y vistoso paisaje, no dejaba de estar atenta mientras iba dejando a lo lejos, unos cachorros de osos, unos ciervos y algún que otro aguilucho revoloteando por los altísimos árboles, dando comienzo al bosque. Sus madres hambrientas, estaban al acecho.
El sonido era especial, una mezcla del  último cantar de los pájaros, se confundían con aullidos perdidos, del eco  que se formaban en las montañas del otro lado del bosque. Unos enormes y tupidos  pinos, estaban tapados por la densa neblina que se estaba formando al atardecer, adentrada ya en medio de la maleza, debería cruzar el bosque para salir al otro lado de la montaña.


Un grupo de brujas pertenecientes a la llamada “Alma Negra” estaban escondidas en sus casas de maderas en lo más alto de los pinos. Usaban sus altos troncos y a través de caminos de madera unían, entre uno y otros, las pequeñas casitas que montaban en lo más alto, para pasar desapercibidas. Mientras cabalgaba en su sable de fuego, escuchando cada vez más fuerte el cotorrear de los loros que revoloteaban cerca, Dughort  quedó dentro de un círculo violeta que brillaba en el suelo, impidiéndole el paso. La elfa dio un salto para bajar de él y protegerlo, dejándolo invisible a través de su hechizo, evitando hacia él, el ataque directo de las brujas. Ella se cubrió con un manto de hojas verdes desprendiendo ondas brillosas de colores, flotando a su alrededor, dándole vida y más poder. Sin dudar la bruja la atacó y logró dejar a Kaiilak inmóvil, atrapada por unas raíces gruesas que nacían del interior de la tierra velozmente, enredándose entre sí, en las fuertes piernas de la elfa. Kaiilak, logró destruir ese hechizo con un encantamiento y, con su insignia apuntándola, disparó hacia la malvada hechicera logrando formar una corona de rayos azules y rojos que giraba alrededor de su cabeza, dejándola a su enemiga adormecida por un buen rato. Kaiilak con un hechizo se vistió con una túnica blanca de seda muy larga ceñida en su cintura.

 En ese instante aprovechó a montar rápidamente en su compañero para escapar del lugar.
El paisaje del bosque iba quedando a espaldas de ellos junto a los estridentes chillidos de las aves. Dughort corría a gran velocidad dejando su pelaje libre al movimiento del viento, sus patas se hundían en la nieve que dejaba la reciente ida del invierno en las zonas más protegidas de la luz del sol, en donde la gran maleza conservaba la humedad. De igual manera bailaban los cabellos ondeados de Kaiilak con el viento que provocaba el rápido trote de su mascota, colaborando así con la naturaleza, al  regalar el perfume de jazmín de su dueña. Recorriendo caminos diversos, esquivando pequeñas colinas y pinos de varios colores y tamaños, al fin salieron del peligroso bosque.
Su vista observaba un hermoso claro de luna. Ya anochecía, y unas gotas frías comenzaron a deslizarse por la nariz de Kaiilak. En menos de un minuto el cielo se cubrió de grandes nubarrones negros y de diferentes gamas grisáceas. La luna desapareció por completo entre la negrura del cielo. Una suave brisa comenzaba a erizar su piel, y el silencio de la noche la obligó a detenerse y descansar en la taberna  que se observaba al finalizar el camino.
                                                             ******


Al amanecer, unas pequeñas gotas de una suave llovizna dejan ver el sol y la primavera que se estaba terminando de instalar. Siguen camino logrando cruzar la montaña.
Sintió un disparo, eso llamó su atención. Un cazador andaba por esos lados, debía tener cuidado por su amigo.
EL rugido de Dughort  espanta al gato grisáceo que acaba de pasar asustado huyendo del disparo y de él, a toda velocidad. Kaiilak, sin dar mucha importancia al juego de gatos que hacía su amigo, logró ver a Dharmia que caminaba hacia casa de su tío. Con sigilo la siguió durante unas horas, a través de su encantamiento de invisibilidad y silencio, tanto para ella como para su tigre, asegurándose que llegue sin problemas hasta la casa  de Braston —su tío— el cual se emocionó muchísimo al verla.  
Permitió que viva su reencuentro familiar junto a Óliver, su primo. Sin dejar de observar, desde arriba del techo, esperó a que saliera. Al rato miró  que marchaban de la casa junto a su tío, camino a la ciudad.
Su misión se había cumplido con éxito. Kaiilak y Dughort regresaban a su mundo
atravesando el portal mágico, un poder  infaltable.




Si querés conocer  a Kaiilak, saber algo más de su vida y conocer su nueva misión, no te pierdas la próxima entrada.