Llega la tercer entrega de este juego propuesto por Ramón en su blog Jukeblog "Te robo una frase".
"Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando".Julia Navarro-Dispara, yo ya estoy muerto. (En esta ocasión, he propuesto yo la frase)
Enfrentando la realidad
Estaba
triste y furiosa a la vez. Había acabado de descubrir lo que hacía mi marido
cada viernes a la noche. Durante los últimos cinco años mi cama quedaba vacía y
fría, Juan me privaba de su calor.
Ya
no tenía dudas, lo había seguido y estaba en la puerta del lugar en el cual
entró.
Investigué,
me cercioré bien de lo que él hacía en ese lugar y de cuáles eran sus
necesidades. Una vez averiguado todo, dejé pasar toda la semana y esperé al
siguiente viernes…
Ahí
estaba, otra vez regalando todo su sexapil a aquellas mujeres, pero
buscaba a una en especial. Yo me encargué de pagarle las dos horas esa noche
para que me “cediera” su puesto.
Toda
esa semana me pregunté si sería capaz de atreverme a todo, si él notaría la diferencia
con aquella experta y, después de tantos años de convivencia, si sería capaz de
reconocerme.
Ya
había tomado la decisión y estaba en un rincón observando como Juan, con
desesperación, buscaba su hembra.
¿Por
qué él no me dejaba ser más atrevida y sacar mi lado seductor y salvaje?
Subí
pronto las escaleras, entré al cuarto en penumbras, en el que cada semana se
encontraban, y mientras retocaba mi maquillaje, lo esperé.
Estaba
sentada, de espaldas a la puerta, cuando oí que alguien entraba. Giré solo mi
cabeza y de lejos lo reconocí. Su contorno se reflejó en el espejo que estaba
frente a mí.
Era
él, y estaba tan guapo… Me negó disfrutar de su lado oscuro siendo su mujer…
¿Por qué decidió por mí sin saber si me gustaría o no algo diferente?
Tampoco
lo sabía pero, ahí estaba, con su torso desnudo; hasta me parecieron
desconocidas sus abdominales. Jamás me mostró cómo le quedaba su pantalón de
cuero ceñido, le marcaba sus muslos perfectos. Ummm creo que no resistiré cumplir
mi plan.
Aparté
de mi mente esos deseos y retomé mi venganza. No olvido cuánto me hizo sufrir
con sus desplantes, su olvido, su sosa rutina en nuestra cama durante tantos
años.
Con
un gesto le indiqué que se sentara en la silla mientras yo caminaba para pulsar
la tecla que haría encender una luz muy tenue azul y, con otro clic, dejar que
la música sea cómplice de mi locura.
Frente
a él, a un metro de distancia, mostrando una postura firme marqué fuerte con
los zapatos de taco aguja de diez centímetros, a un lado y al otro los pasos,
separando bien mis piernas, las cuales estaban cubiertas por unas medias negras
de lycra hasta mitad de mis muslos con una terminación de encaje. Me dejé
observar por él.
Él
lentamente recorrió mi cuerpo con su vista hasta llegar a mi pelvis que
mostraba una tanga minúscula roja, intentaba ser tapada por un mini-short
pequeño y transparente, el cual, además, dejaba entrever mis nalgas bien
formadas. Los porta-ligas daban
terminación a la parte inferior…
Comencé
a moverme bailando sexy. Mi cabello largo, lacio y negro, tapaba parte de mi rostro. Acaricié con mi dedo índice el costado de mis caderas
para que sus ojos siguieran el recorrido. Al llegar a mi abdomen, bastante
cuidado por los años de ejercicios que durante tanto tiempo realicé, uní mis
manos jugando con los dedos para mostrar mis largas uñas pintadas en negro, me acaricié
hasta llegar a mis pechos en donde me detuve tocando la tela de cuero negra de
mi corsé, el que dejaba libre la mitad de mis senos debido al cordón que lo
cerraba por delante.
****
Ya
había notado tu excitación, tu mirada libidinosa, tu lengua que asomaba como la
mía, te insinuaba con la mirada pensamientos oscuros; a cámara lenta me
lamí los labios en todo el contorno.
Subía
y bajaba mis manos a la misma vez que mis piernas, disfrutaba hacerte desear. La música cada vez daba más
ímpetu al momento. Te calentaba, lo sabía…
Tantas
veces te oí escuchar esta canción y me hacías excitar sin dejar que pasara
nada…
Me
fui acercando, con las esposas entre mis dientes, caminando como una buena
gata, como me había dicho tu zorra que te gustaba. ¿Nunca pensaste que yo
también podía caminar así? ¿Seducirte, llevarte al límite del placer?
Parece
que no. Yo tampoco lo sabía, tengo que admitirlo, pero lo estaba descubriendo a
la par tuya.
Realmente
me encantaba lo que estaba explorando de mí misma, lo gozaba…
Te
rodeé con mis brazos rozándote con mi cuerpo, zarandeando la cabeza muy lento
para hacerte sonar el ruido del metal que tenía entre mis dientes, lo que te dejaría inmóvil por un buen
rato. Acerqué la boca con las esposas a
tu oído y dejé escapar un gemido, cada vez más fuerte y continuo.
Estabas
muy nervioso, sudabas. Mientras te “apresaba”, me pedías por favor que te
dejase tocar mi cuerpo como siempre. ¿Cómo siempre? Claro, lo olvidaba, te
referiste a “como siempre acariciabas a esa zorra cada viernes”.
No
pronuncié palabra, seguía detrás tuyo mientras te cerré las esposas y con un
giro inesperado y veloz, me senté frente a vos, sobre las rodillas, mientras
fregaba sin pudor mi intimidad en tus muslos logrando que llegases a una
excitación desbordada.
Adelante
y hacia atrás… una y otra vez me balanceaba, me mecía, te enloquecía. Mi cabello, mi perfume, mi piel... te volvía loco.
Con
un movimiento rápido me levanté, con mi lengua te lamí desde el inferior del
abdomen hasta el mentón, seguí subiendo hasta dejarte la piel de mis pechos
suaves y perfumados en medio de tu cara.
No
soportabas más. Tu lengua se metía entre mi escote y querías atrapar con tu
boca mi pezón derecho, el cual te quedaste con ganas de saborear. Me aparté
hacia atrás y de prisa atrapé la punta de tu lengua con mis dientes y de un
ligero mordisco te di a entender que hoy mandaba yo.
Girándome
sobre vos me senté en cámara lenta, quería que sientas la dureza de mis glúteos
en tu pecho, esos que eran tuyos y tocabas cuando te daba la gana.
A
los pocos minutos me fui caminando lento, contorneando al ritmo de la canción
mis caderas con el movimiento más sensual que pudiste haber visto jamás.
Otra
vez, un clic encendió una pequeña luz roja que alumbró un taburete redondo y no
muy alto con un caño en medio. Sí, corazón, el famoso caño donde mirabas a esa
zorra que te bailaba cada semana. Voy a superar este examen o quedaré en ridículo
para siempre. Pero hoy los dioses parecen estar conmigo.
Te
dejé mudo, loco, descontrolado me suplicabas que te dejase acercar. Me hiciste
saber que fue mi mejor espectáculo. Claro, pensando que era ella…
Con
mi índice dictaminé mi orden: No, no me vas a tocar un pelo, porque hoy no me
da la gana a mí.
Después
de bailarte y demostrarte que era capaz de hacer todo lo que me hubieses
pedido, llegó el momento de gozar, ese momento que tantas veces me negaste.
Bajé
del taburete, te hice un striptease infernal. Sí, tu cara me lo hizo notar. Tus
súplicas de que te quite las esposas para permitirte masturbar casi me hacen
flojear. Tus manos deseaban ser las mías, acariciarme como lo estaba haciendo
yo.
>>No<<,
dije con un gesto, no iba a dejar que me arruines el momento dejando mi voz al
descubierto, todavía no debías saber quién era yo.
Caminé
hacia vos rápido, con el látigo en la mano y lo hice sonar contra el suelo.
Creo que entendiste. Tu mirada sumisa me lo dijo.
Me
senté frente a vos, abrí mis piernas mostrándome rabiosa, furiosa, solo me
quedaba la tanga y la máscara. Ya llegábamos al final de mi plan… Algo tendría
que sacar.
La
habitación era oscura, las luces tenues no permitían ver nuestros rostros pero,
aun así, cambié de planes. Quería ver tu cara en este momento.
Con
un movimiento sensual agarré el consolador y otra vez me senté frente a vos.
Pero esta vez gozando una y otra vez sin que pudieras tocarme ni disfrutarme a
tu antojo. Ni mucho menos cortarme “mi momento”.
—Por
favor, te deseo, voy a explotar, sos la única mujer que me vuelve loco.
Me
levanté después de mostrarte que podía tener innumerables orgasmos. Encendí las
luces, mirándote a los ojos me quité la máscara:
—A
partir de hoy ya no soy tu mujer, seré tu zorra, como a vos te gusta. Podrás
verme solo los viernes, aquí y bajo mis normas. Jamás volverás a tocarme.
Hay momentos en la vida en los que
la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando. Pero
yo no moriré por su amor.
Hasta la próxima!!